miércoles, 29 de mayo de 2019

“MISSOLONGUI, 1824” (JOHN CROWLEY)



Afrontamos ya la recta final del curso y es tiempo de echar la vista atrás y dejarnos llevar por la nostalgia, que -¡oh, sorpresa!- es también un término de origen griego. “Nostalgia” es, según el DRAE, ‘pena de verse ausente de la patria o de los amigos’ y también ‘tristeza melancólica originada por el recuerdo de una felicidad perdida’. “Nostalgia” procede de νόστος (“regreso”) y ἄλγος (“dolor”). Su significado sería, así pues, algo así como “dolor por el regreso”. Nostalgia era, por ejemplo, lo que sentía Odiseo cuando la ira de Poseidón lo mantenía alejado de su patria, Ítaca, de donde estuvo ausente la friolera de veinte años.
Sin embargo, no vamos a ocuparnos hoy aquí de Odiseo, sino que daremos un vertiginoso salto y nos detendremos en el siglo XIX para acompañar a un moribundo Lord Byron en su añoranza de una Grecia ya desaparecida, la Grecia de la Antigüedad de la que aquí nos hemos ocupado.
Pongámonos en situación. Recordaréis, espero, que Grecia se convirtió en una provincia más de Roma en el 146 a. C. Siglos después, en el año 395 d. C., el emperador Teodosio dividió el imperio en dos entre sus hijos Honorio y Arcadio. Al primero le correspondió el Imperio Romano de Occidente, cuya caída se produjo en el 476 d. C. por las invasiones bárbaras, mientras que el Imperio Romano de Oriente sobrevivió casi mil años más, hasta que en 1453 se produjo la toma de Constantinopla por los turcos.
Pues bien, los griegos permanecieron desde entonces oprimidos por los turcos y su esplendor quedó reducido a ruinas. Sin embargo, en el s. XIX se produjo el despertar de la identidad nacional y los griegos se sublevaron frente a sus amos. En su ayuda acudió Lord Byron, poeta inglés, que enfermó gravemente y murió en Missolongui, en 1824. Precisamente ese, “Missolongui, 1824”, es el título del relato de John Crowley del que procede el texto del que nos vamos a ocupar estos días. En él, como antes os decía, Lord Byron, in articulo mortis, se deja llevar por la nostalgia:

«Tan pronto como mis pies tocaron estas playas, supe que por fin había llegado a mi verdadero hogar. Yo no era un ciudadano de Inglaterra en viaje por el extranjero. No: éste era mi país, mi clima, mi aire. Escalé el Himeto y escuché a las abejas. Subí a la Acrópolis. (Lord Elgin conspiraba a la sazón para saquear los edificios: quería llevar las estatuas a Inglaterra, enseñar a esculpir a los ingleses; a los ingleses que son tan capaces de esculpir como tú de patinar). Estuve en el bosque sagrado de Apolo en Claros: sólo que ya no existe allí ningún bosque, ahora todo es polvo. Tú, Loukas, tú y tus padres habéis talado todos los árboles, y los habéis quemado, no sé si por resentimiento o porque necesitabais leña, pero allí me detuve en medio de las nubes de polvo, a pleno sol, y pensé: He llegado dos mil años demasiado tarde. Ésa era la pena que empañaba mi felicidad, ¿te das cuenta? Yo no menospreciaba a los griegos de hoy, como lo hacían muchos de mis compatriotas, no pensaba como ellos que han degenerado, y que se merecen a sus amos turcos. No, yo me deleitaba con su compañía, muchachas y muchachos, albaneses, suliotas y atenienses. Estaba enamorado de Atenas, de sus calles estrechas y escuálidas, de sus mercados. No hacía excepción alguna. Sin embargo... Cómo deseaba no haberla perdido, y qué bien sabía que la había perdido para siempre. La Grecia de Homero; la de Píndaro; la de Safo. Sí, mi joven amigo: tú conoces soldados y ladrones con esos nombres; yo hablo de otros».
(“Missolongui, 1824”, en Antigüedades, John Crowley)



El texto está plagado de referencias a la Grecia clásica y os toca a vosotros buscar información sobre unas cuantas: Himeto, Apolo, Homero, Píndaro, Safo, Acrópolis y Lord Elgin.

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