viernes, 22 de marzo de 2019

PAN Y CIRCO EN ROMA



Decía el poeta latino Juvenal (siglos I-II d. C.) que el pueblo romano solo deseaba dos cosas: pan y circo (panem et circenses). En efecto, de la misma manera que hay quien dice que el fútbol sirve para distraer a los ciudadanos de asuntos más importantes, también los emperadores romanos realizaron repartos gratuitos de trigo y grandiosos espectáculos públicos para mantener contento y sumiso al pueblo.

Entre los espectáculos más antiguos estaban los juegos circenses. No debéis dejaros engañar por el significado actual de “circo”, sino que el circo de Roma era una pista -similar a un velódromo- donde se celebraban carreras de carros conducidos por aurigas y tirados por caballos. Supongo que todos tenéis en mente la célebre escena del clásico Ben-Hur, en el que un esforzado y sufrido Charlton Heston aguanta los envites no del todo deportivos de su rival Mesala. En caso contrario, aquí lo tenéis:



Cada carro representaba a un equipo o facción y estos equipos se identificaban por un color (blanco, verde, azul o rojo). Las facciones eran organizaciones complejas que movían elevadas sumas de dinero y tenían muchos seguidores.

Los espectáculos que, de todos modos, más fervor levantaban entre el pueblo eran los combates de gladiadores y las luchas de fieras. Ambos se celebraban en el anfiteatro, una edificación creada ex profeso. El anfiteatro más célebre es, por supuesto, el Coliseo de Roma (s. I d. C.), que luce de fondo en este blog y que en el siguiente clip de la película Gladiator (Ridley Scott, 2000) podéis ver recreado en todo su esplendor.



Los gladiadores solían ser esclavos o condenados a muerte, aunque también había hombres libres y podían llegar a alcanzar gran fama. Hay pintadas en los muros de Pompeya que se refieren a un gladiador llamado Celadus y dicen de él “el hombre por quien suspiran las muchachas”. Había modalidades diversas de luchas: gladiadores o fieras entre sí, gladiadores contra fieras, condenados indefensos arrojados a las fieras -en la época de las persecuciones, los cristianos sufrieron frecuentemente esta “suerte”-, etc. El desenlace solía ser la muerte del vencido. De hecho, habréis escuchado la frase: Ave, Caesar! Morituri te salutant! que quiere decir algo así como “¡Saludos, Emperador, los que van a morir te saludan!”

A veces los gladiadores derrotados eran perdonados. Por cierto, supongo que habréis visto alguna vez cómo en las películas ambientadas en la antigua Roma el emperador concedía el perdón del gladiador derrotado con el pulgar extendido. Pues bien, este gesto significaba en realidad “muerte”, pues, al parecer, significaba la espada desenvainada, mientras que cuando se quería conceder el perdón se escondía el pulgar simbolizando que se envainaba la espada.

Uno de los gladiadores más célebres, además, por supuesto, del ficticio Máximo de Gladiator, fue Espartaco y con él se relaciona en parte vuestra tarea para el próximo día, que consiste en responder a las siguientes preguntas en vuestros cuadernos:

1. ¿Qué significaba la expresión “pan y circo” de Juvenal?
2. ¿Qué era el circo romano y qué espectáculos se celebraban allí?
3. ¿Cuál fue el anfiteatro más famoso de Roma? ¿Qué espectáculos se celebraban allí?
4. ¿Qué significaba el gesto del pulgar extendido?
5. ¿Quién fue Espartaco?

jueves, 21 de marzo de 2019

DELIRANT ROMANI ISTI!


Decía Indro Montanelli en su entretenidísima Historia de Roma que, desde el momento en que en el 509 a. C. fue expulsado el último de los Tarquinios, “todo fue republicano en Roma”. Los romanos desarrollaron una especie de acerada inquina hacia el régimen monárquico (μόνος “uno solo”, ἀρχή “gobierno”) y consideraron la República (res “cosa”, publica) como el mejor de los sistemas posibles. Fue, de hecho, su aversión hacia la monarquía y el miedo de su retorno la que inspiró el asesinato de César, o así nos lo han querido hacer ver los historiadores de la época. Incluso cuando en el 27 a. C. Octavio Augusto se proclamó princeps y aglutinó de facto todos los poderes, mantuvo las formas republicanas.
Lo cierto es, sin embargo, que el principado de Augusto trajo consigo el silencio del Foro y el fin de las libertades que habían caracterizado a la República. Es más, Augusto fue el primero de una serie de emperadores, los de la dinastía Julio-Claudia, que, con la excepción, quizá, de Claudio, actuaron de manera despótica, caprichosa y cruel. Tenemos noticia de buena parte de sus excentricidades gracias a Suetonio, el historiador romano, que en sus Vidas de los doce Césares, concede mucho espacio al cotilleo y la anécdota escabrosa.
Nos habla, por ejemplo, de las prácticas pederastas de Tiberio, que se refería a los tiernos infantes de los que abusaba como “pececillos”.
De Calígula nos cuenta que alimentaba a los animales de los espectáculos circenses con criminales y que nombró cónsul a su caballo preferido, Incitatus.
Ni siquiera Claudio, emperador más prudente y erudito, y responsable de sonados triunfos en Britania, se libró de su maledicente pluma y aparece descrito como inválido, tartamudo, digno del desprecio de su familia y extravagante. Por cierto que su muerte, resultado de la ingesta de setas envenenadas en una maniobra orquestada por Agripina, es uno de los episodios más célebres de la Historia de Roma.
Llegamos así a Nerón, último de la dinastía, tan excéntrico como brutal, que el cine ha inmortalizado con la cara de Peter Ustinov en la película Quo vadis? Aquí os dejo un clip de la misma, en la que comparte plano con Petronio, enigmático autor del Satiricón, sobre el que os hablaré, quizá, en otra ocasión. Atended, por favor, a su identificación -la de Nerón- con un dios olímpico y a su alusión a los rumores que lo presentan como matricida y uxoricida. Con estos dos términos se relaciona vuestra tarea de hoy, que no es otra que descubrir su significado, su etimología -¡hablamos latín! ejem, ejem- y por qué fue acusado Nerón de tales abominaciones. Buscad, buscad y temblad, mis jóvenes amigos.


miércoles, 20 de marzo de 2019

LOS IDUS DE MARZO



Enfrascados como estábamos en el teatro griego, nos pasó casi inadvertido el aniversario del asesinato de Julio César el pasado 15 de marzo. El caso es que el otro día fue el aniversario del magnicidio (<magnum, ‘grande’; caedo, ‘matar’), que tuvo lugar en los idus de marzo del 44 a. C. Veamos lo que sucedió.
Habíamos abandonado la historia de Roma con la expulsión del último de los monarcas Tarquinios después de la violación de Lucrecia en el 509 a. C. Abolida la monarquía (ya sabéis, forma de gobierno en la que todos los poderes se concentran en una sola persona, vitalicia y hereditaria), se instauró en Roma la república (< res publica, ‘la cosa pública’).
El poder se repartía ahora entre una serie de magistraturas, elegidas de forma anual o casi, y siempre colegiadas (varias personas desempeñaban el mismo cargo). El objetivo era evitar la acumulación de poderes, que volvieran a repetirse los excesos de la monarquía. Algunos de estos magistrados eran los cónsules, los pretores, los censores, los cuestores, ediles y tribunos de la plebe.
Pese a lo que pueda parecer, dado el abundante número de procesos electorales, no era un proceso tan democrático, pues solo los ciudadanos con suficiente renta podían acceder a la carrera política. De hecho, durante siglos solo los patricios o aristócratas –se consideraban descendientes de Rómulo y fundadores originales de Roma- podían desempeñar estas magistraturas. Los plebeyos lucharon durante siglos para lograr acceder a ellas. La república romana era, pues, más bien una oligarquía (gobierno de unos pocos).

El siglo I a. C. fue un siglo de agitación y guerras civiles y estuvo marcado por una figura destacada: Julio César. Julio César pertenecía a la familia Iulia, que se consideraba fundada por Iulo o Ascanio, el hijo de Eneas y nieto de Venus. Sería, así pues, de origen divino. Pese a lo que hayáis leído en los cómics de Astérix, Julio César conquistó y pacificó las Galias. De vuelta a Roma, cruzó el río Rubicón sin disolver sus legiones y pronunciando, según la leyenda, la famosísima frase de alea iacta est (“se ha tirado el dado” o “la suerte está echada”), con lo que se inició una sangrienta guerra civil de la que salió vencedor. Eliminada toda resistencia, César empezó a acumular todos los poderes e introdujo importantes reformas. Los partidarios de un régimen más tradicional se alarmaron ante esta aparente vuelta de la monarquía y tramaron una conspiración para asesinarle. El magnicidio se produjo el 15 de marzo (idus de marzo) del 44 a. C. Entre los conjurados se hallaba Bruto, su ahijado. Es célebre la frase pronunciada por César cuando, herido de muerte, vio a Bruto entre los asesinos: Tu quoque, fili? (“¿Tú también, hijo mío?”). Aquí os dejo una recreación de lo ocurrido tomada de la magnífica serie Roma (HBO)


Vuestra tarea para el próximo día es añadir a la sección de Léxico de vuestro cuaderno “magnicidio”, “república”, “magistratura”, “oligarquía”, “patricios”, “plebeyos”. Añadid también alea iacta est y tu quoque, fili mei y sus significados a la sección de Latinismos. Finalmente, haced un resumen en la sección general de quién fue Julio César.
Ahora ya sabéis por qué son famosos los idus de marzo.

lunes, 4 de marzo de 2019

EL TEATRO GRIEGO II: LA TRAGEDIA



Hemos hablado de cómo y cuándo se celebraban las representaciones teatrales pero no de su contenido. Dentro del género teatral o dramático, había en la antigua Grecia dos subgéneros: la tragedia y la comedia.
La tragedia tenía, por lo general, tema mitológico. Sus protagonistas son héroes del ciclo troyano (Agamenón, Áyax, Orestes...), tebano (Edipo, Antígona...), etc. y el argumento se basa en su caída desde la gloria. La “moraleja” que se desprende de la tragedia es la indefensión del hombre, su falta de recursos, que es un mero juguete en manos de los dioses o del Destino. Al contemplar la caída del héroe o heroína, el público experimentaba una oleada de simpatía y lástima y se purificaba, se purgaba de pasiones que no “convenían” a la vida de la πόλις. Este efecto de la tragedia en los espectadores recibe el nombre de catarsis. Se puede decir que el teatro era una forma organizada de introducir el desorden, lo irracional, en la vida de la ciudad.
Los grandes autores trágicos griegos vivieron en Atenas durante el s. V a. C.: Esquilo, Sófocles y Eurípides.
Esquilo es el primer dramaturgo griego del que conservamos una tragedia completa. Participó en la batalla de Maratón y probablemente también en la de Salamina (esta última es el tema de su tragedia Los Persas). Su obra más destacada es la trilogía la Orestía, que incluye sus tragedias Agamenón, Coéforos y Euménides.
Murió en Sicilia de un modo más que singular, tal y como se relata en el que debe ser uno de los peores capítulos en la larga historia de CSI, Las Vegas. Aquí os lo dejo para que os echéis las manos a la cabeza...


Sófocles fue probablemente el mejor de los trágicos griegos. Sus tragedias Edipo Rey y Antígona son modélicas y universales. Aún siguen emocionando a espectadores y lectores. De ellas hablaremos en las próximas sesiones.
EURÍPIDES es el más prolífico de los tragediógrafos. Sus personajes son más realistas, menos idealizados que los de Sófocles. Es el autor de tragedias magníficas como Medea y Bacantes.
En todas estas historias hay lugar para el incesto, el infanticidio, el parricidio y los más terroríficos y morbosos crímenes que podáis imaginar. Los asesinatos, eso sí, sucedían siempre fuera de escena y eran relatados por un heraldo, pues se entendía que representarlos ante el público atentaba contra el buen gusto. De ahí una teoría sobre el origen del adjetivo “obsceno”. Determinadas acciones no deberían enseñarse al público, representarse delante de la escena (ob-scaena).
Espero haber despertado vuestra curiosidad sobre la tragedia.