Enfrascados como estábamos en el teatro griego, nos pasó casi inadvertido el aniversario del
asesinato de Julio César el pasado 15 de marzo. El caso es que el otro día fue el aniversario del magnicidio (<magnum, ‘grande’; caedo, ‘matar’), que tuvo lugar en los idus de marzo del 44 a. C. Veamos lo que sucedió.
Habíamos abandonado la historia de
Roma con la expulsión del último de los monarcas Tarquinios después de la
violación de Lucrecia en el 509 a. C. Abolida la monarquía (ya sabéis, forma de
gobierno en la que todos los poderes se concentran en una sola persona,
vitalicia y hereditaria), se instauró en Roma la república (< res publica,
‘la cosa pública’).
El poder se repartía ahora entre
una serie de magistraturas, elegidas
de forma anual o casi, y siempre colegiadas (varias personas desempeñaban el
mismo cargo). El objetivo era evitar la acumulación de poderes, que volvieran a
repetirse los excesos de la monarquía. Algunos de estos magistrados eran los cónsules,
los pretores, los censores, los cuestores, ediles y tribunos de la plebe.
Pese a lo que pueda parecer, dado
el abundante número de procesos electorales, no era un proceso tan democrático,
pues solo los ciudadanos con suficiente renta podían acceder a la carrera política.
De hecho, durante siglos solo los patricios
o aristócratas –se consideraban descendientes de Rómulo y fundadores originales
de Roma- podían desempeñar estas magistraturas. Los plebeyos lucharon durante
siglos para lograr acceder a ellas. La república romana era, pues, más bien una
oligarquía (gobierno de unos pocos).
El siglo I a. C. fue un siglo de
agitación y guerras civiles y estuvo marcado por una figura destacada: Julio César. Julio César pertenecía a
la familia Iulia, que se consideraba
fundada por Iulo o Ascanio, el hijo
de Eneas y nieto de Venus. Sería, así pues, de origen divino. Pese a lo que hayáis
leído en los cómics de Astérix, Julio César conquistó y pacificó las Galias. De
vuelta a Roma, cruzó el río Rubicón
sin disolver sus legiones y pronunciando, según la leyenda, la famosísima frase
de alea
iacta est (“se ha tirado el dado” o “la suerte está echada”), con lo que
se inició una sangrienta guerra civil de la que salió vencedor. Eliminada toda
resistencia, César empezó a acumular todos los poderes e introdujo importantes
reformas. Los partidarios de un régimen más tradicional se alarmaron ante esta
aparente vuelta de la monarquía y tramaron una conspiración para asesinarle. El magnicidio se produjo el 15 de marzo
(idus de marzo) del 44 a. C. Entre los conjurados se hallaba Bruto, su ahijado. Es célebre la frase
pronunciada por César cuando, herido de muerte, vio a Bruto entre los asesinos:
Tu quoque, fili? (“¿Tú también, hijo mío?”). Aquí os dejo una recreación de lo
ocurrido tomada de la magnífica serie Roma
(HBO)
Vuestra tarea para el próximo día
es añadir a la sección de Léxico de vuestro cuaderno “magnicidio”, “república”,
“magistratura”, “oligarquía”, “patricios”, “plebeyos”. Añadid también alea iacta est y tu quoque, fili mei y sus significados a la sección de Latinismos.
Finalmente, haced un resumen en la sección general de quién fue Julio César.
Ahora ya sabéis por qué son
famosos los idus de marzo.
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