Decía Indro Montanelli
en su entretenidísima Historia de Roma
que, desde el momento en que en el 509 a. C. fue expulsado el último de los
Tarquinios, “todo fue republicano en Roma”. Los romanos desarrollaron una
especie de acerada inquina hacia el régimen monárquico (μόνος “uno
solo”, ἀρχή “gobierno”) y
consideraron la República (res “cosa”,
publica) como el mejor de los
sistemas posibles. Fue, de hecho, su aversión hacia la monarquía y el miedo de
su retorno la que inspiró el asesinato de César, o así nos lo han querido hacer
ver los historiadores de la época. Incluso cuando en el 27 a. C. Octavio
Augusto se proclamó princeps y
aglutinó de facto todos los poderes, mantuvo las formas republicanas.
Lo cierto es, sin
embargo, que el principado de Augusto
trajo consigo el silencio del Foro y el fin de las libertades que habían
caracterizado a la República. Es más, Augusto fue el primero de una serie de
emperadores, los de la dinastía Julio-Claudia,
que, con la excepción, quizá, de Claudio, actuaron de manera despótica, caprichosa y cruel. Tenemos
noticia de buena parte de sus excentricidades gracias a Suetonio, el
historiador romano, que en sus Vidas de
los doce Césares, concede mucho espacio al cotilleo y la anécdota
escabrosa.
Nos habla, por ejemplo,
de las prácticas pederastas de Tiberio,
que se refería a los tiernos infantes de los que abusaba como “pececillos”.
De Calígula nos cuenta que alimentaba a los animales de los
espectáculos circenses con criminales y que nombró cónsul a su caballo
preferido, Incitatus.
Ni siquiera Claudio, emperador más prudente y
erudito, y responsable de sonados triunfos en Britania, se libró de su
maledicente pluma y aparece descrito como inválido, tartamudo, digno del
desprecio de su familia y extravagante. Por cierto que su muerte, resultado de
la ingesta de setas envenenadas en una maniobra orquestada por Agripina, es uno de los episodios más
célebres de la Historia de Roma.
Llegamos así a Nerón, último de la dinastía, tan
excéntrico como brutal, que el cine ha inmortalizado con la cara de Peter
Ustinov en la película Quo vadis?
Aquí os dejo un clip de la misma, en la que comparte plano con Petronio,
enigmático autor del Satiricón, sobre
el que os hablaré, quizá, en otra ocasión. Atended, por favor, a su identificación
-la de Nerón- con un dios olímpico y a su alusión a los rumores que lo
presentan como matricida y uxoricida. Con estos dos términos se
relaciona vuestra tarea de hoy, que no es otra que descubrir su significado, su
etimología -¡hablamos latín! ejem, ejem- y por qué fue acusado Nerón de tales
abominaciones. Buscad, buscad y temblad, mis jóvenes amigos.
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