Bemidji, Minnesota (EE.UU). Un frío
que corta la respiración y un asesino a sueldo incapaz de empatía alguna que se ve obligado a detenerse en tan apartado
pueblo por un accidente casual. Tal es el punto de partida de Fargo, una magnífica serie que no
deberíais perderos; no solo por su calidad, sino porque, como buena parte de la
ficción televisiva de hoy día, incluye alguna que otra referencia al mundo
clásico. Aquí os dejo un pequeño botón de muestra.
Al volante, Malvo, nuestro asesino a
sueldo. De pasajero, un más que angustiado “Griego”. Y un diálogo que plantea
interesantes cuestiones:
1. ¿A qué se
refiere Malvo con su metáfora de los
romanos como lobos?
2. ¿A qué
autor latino debemos la máxima que da título a esta entrada y que se puede
traducir como “el hombre es un lobo para el hombre”? ¿Qué filósofo la
popularizó muchos siglos después?
1. Si hacéis memoria, al acabar la Ilíada de Homero habíamos dejado al
ejército griego a las puertas de Troya, que parecía inexpugnable. Lo fue, al menos, hasta que Odiseo, “héroe de muchos recursos”, ideó un plan genial. Engañarían
a los troyanos haciéndoles creer que se habían retirado y marchado a Grecia y
dejarían como única huella un enorme caballo
de madera en cuyo interior se esconderían los mejores guerreros griegos.
Los troyanos, pese a las advertencias de Casandra
y de Laoconte –“temo a los griegos, incluso cuando traen regalos”-, cayeron en
la trampa y por la noche salieron los griegos del interior del caballo y
pasaron a sangre y a fuego la ciudad de Troya, que durante diez años había
resistido a una guerra abierta a la luz del día.
Sin embargo, uno de los príncipes
troyanos, Eneas, consiguió escapar
gracias a la advertencia de la sombra del difunto Héctor, que se le apareció en
sueños para advertirle del peligro y encomendarle la fundación de una nueva
Troya –he aquí la futura Roma-. Escapó Eneas de Troya junto con su padre
Anquises, su hijo Ascanio –también llamado Iulo- y su mujer Creusa, a la que
perdió en la confusión de la noche. Tras múltiples aventuras y desventuras por
el Mediterráneo –entre ellas sus amoríos en Cartago con la reina Dido-, llegó Eneas a la Península
Itálica, a la región del Lacio, regida por el rey Latino, con cuya hija Lavinia
terminó por casarse tras derrotar a los rútulos. Ambos fundaron una ciudad de
nombre Lavinio, de la que partió Ascanio para fundar Alba Longa.
Tras varias generaciones, llegaron
al trono de Alba Longa dos hermanos, Numítor y Amulio. Pero Amulio aspiraba a
gobernar en solitario y desterró a su hermano y mató a toda su descendencia. ¿A
toda? ¡No! Deja con vida a Rea Silvia, que, como vestal, estaba obligada a
permanecer virgen y, en consecuencia, no tendría descendencia. Pero hete aquí
que un día, mientras Rea Silvia dormía en un bosque, el dios Marte se enamoró
de ella, la violó y la dejó encinta.
Rea Silvia tuvo a dos hermanos, Rómulo y Remo, noticia que encolerizó a
Amulio, que hizo que los abandonaran en el río para que se ahogaran. Sin
embargo, la cesta en la que fueron abandonados encalló en un recodo, donde los
recogió una loba que los crio como propios. Las malas lenguas dicen que no hubo
tal loba sino una prostituta –de ahí, lo de “loba”- de nombre Acca
Laurentia.
Cuando crecieron, Rómulo y Remo
averiguaron su verdadero origen y retornaron a Alba Longa, donde derrotaron a
Amulio, restituyeron a Numítor en el trono y marcharon para fundar una nueva
ciudad en el lugar donde el cesto encalló milagrosamente. ¿Cómo llamar, sin
embargo, a la nueva ciudad? ¿Quién había de decidir el nombre? Ambos hermanos
acordaron, una vez fijados sus límites, que aquel que viera más aves sería el
responsable de “bautizar” la nueva ciudad. Venció Rómulo y Remo, encolerizado
por su derrota, traspasó con intencion hostil los límites previamente fijados,
de modo que Rómulo le dio muerte. ¡He aquí Roma!
Según Tito Livio, historiador romano del s. I a. C.- I d. C., dicha fundación
tuvo lugar en el 753 a. C., fecha
que adoptaron los romanos para datar: “tantos años ab urbe condita” (=
tantos años desde la fundación de la ciudad).
Nos queda tan solo averiguar a qué
autor latino debemos la expresión “el hombre es un lobo para el hombre” y qué
filósofo la popularizó en el siglo XVII y esa, amigos míos, es vuestra tarea
para el próximo día, junto con el ya tradicional resumen en vuestro cuaderno de
la leyenda de la fundación de Roma.
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