Se suele decir que la Ilíada de
Homero trata de la Guerra de Troya pero esto no es del todo exacto. La acción
de la Ilíada transcurre durante unos
pocos días del décimo año de la Guerra de Troya y al término de esta obra, todavía
sigue la gran ciudad en pie. No hay ninguna mención en ella al regalo
envenenado del caballo de madera. Y es que la Ilíada se ocupa, más bien, de la cólera de Aquiles, como se indica en sus primeros y programáticos
versos:
“La cólera
canta, oh diosa, del Pelida Aquiles,
maldita, que
causó a los aqueos incontables dolores,
precipitó al
Hades muchas valientes vidas
de héroes y a
ellos mismos los hizo presa para los perros
y para todas
las aves...[1]
Los griegos caen como moscas por obra y gracia de una peste enviada por el
dios Apolo, encolerizado porque a Crises, sacerdote troyano, le han arrebatado
a Criseida, botín de guerra de Agamenón. Con grandes reparos y temores informa
Calcante, adivino de los griegos, al gran rey de Micenas de que debe devolver a
la muchacha. Apoya la propuesta Aquiles, el más grande de los héroes griegos y,
tras una gran disputa, cede Agamenón con una condición: devolverá a Criseida
siempre que a él le corresponda Briseida, botín de Aquiles.
Y no, no es este un “lío de faldas”, como algunos quieren ver, sino que
tras el conflicto entre Agamenón y Aquiles se oculta la moral de la guerra y del honor. Los honorarios de Aquiles por sus
servicios a la causa griega son el botín de guerra, Briseida en este caso, y, si se le retiran sus honorarios, razona, deja de combatir.
Y entonces, la sombra de la derrota se cierne sobre los griegos, cuyo ejército
sufre los golpes de Héctor, el héroe por antonomasia, que en el canto VI se
despide de su esposa Andrómaca y su hijo Astianacte para jamás regresar. Sabe
que junto a los muros de Troya terminará muerto, pero el deber para con la
patria es lo primero. Antes, eso sí, tiene tiempo de acabar con Patroclo, el joven amigo de Aquiles.
Solo entonces, por sus ansias de venganza, vuelve Aquiles al combate y en un
enfrentamiento épico -nunca mejor dicho- acaba con Héctor. No se aplaca así su ira, sino que durante tres días
consecutivos arrastra el cadáver del troyano alrededor de los muros de Troya,
para horror de Príamo, rey de la
ciudad y padre del propio Héctor. Aconsejado por los dioses y con la
inestimable ayuda de Hermes, se disfraza Príamo de mendigo y se infiltra en el
campamento griego para suplicarle a Aquiles, asesino de su hijo, que le
devuelva su cadáver para poder así rendirle honores fúnebres. Solo entonces se
apiada Aquiles del anciano. Se cierra el gran poema con los funerales de
Héctor.
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